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El 4 de marzo de 1977 Luis Ospina se entera de algo totalmente devastador para él aunque fuera una noticia un poco predecible; la muerte de su gran amigo Andrés Caicedo,  quien muere en su tercer acto suicida de una sobredosis al ingerir intencionalmente 60 pastillas de Seconal, un barbitúrico que se clasifica como un sedante hipnótico, lo que significa que actúa como un depresivo.  Ese gran escritor ya entonces apartado del mundo, consideraba que debía dejar el mundo antes de pasar los veinticinco años, afirmada que "vivir más de veinticinco años era una insensatez", pero debía partir habiendo dejado una prueba de su existencia como forma de trascender;  tal como lo afirmaba en su texto ¡QUE VIVA LA MÚSICA!, el cual terminó ese mismo viernes antes de su muerte,  “Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos”  y así sucedió, su gran amigo y compañero de trabajo Luis Ospina conmovido por este epígrafe y por otra manifestación realizada por el mismo Andrés "No importa lo popular que uno sea sino la huella que deje" decide recrear la vida e imagen de su difunto amigo en un documental de 82 minutos, basado en los testimonios de sus amigos, en los escritos de Caicedo y en sus propios recuerdos, nombrado tal como lo mencionó Andrés en su último escrito, Unos pocos buenos amigos.

 

Sorprende conocer la intranquila y fecunda actividad, que en tan pocos años de vida, expandió este joven nacido en Cali en 1951. Cuando apenas pasaba por su adolescencia, ya había formado un grupo literario llamado “Los dialogantes”, dirigía el primer Cineclub de Cali y había creado la Revista Ojo al Cine, dedicada a la crítica y difusión del séptimo arte. En 1970, ganó el Primer concurso literario de cuento de Caracas con su obra “Los dientes de Caperucita”. Semejante al gusto por la literatura y el cine era su fascinación por el teatro, para el que escribió varias obras, dirigió el montaje de muchas de estas e inició la actuación teatral en el TEC (Teatro experimental de Cali), dirigido por Enrique Buenaventura.  Intentó llevar al cine, conjuntamente con su amigo Carlos Mayolo, un guion basado en su obra Angelita y Miguel Ángel, proyecto frustrado por las diferencias surgidas entre los dos.

Una recóndita confusión causa conocer el anticipado fin de este talentoso joven locamente apasionado por el arte en todas sus expresiones, el cual inspiró a un gran número de jóvenes en su natal Cali. En  conjunto de una cantidad de Idealistas, entre los que se contaban Carlos Mayolo, Miguel González, el propio Luis Ospina y otros, Andrés reunía adolescentes entre los 12 y 13  años para las asambleas y reuniones de su cineclub y otras actividades culturales, en una casa vieja que habían conseguido como sede y a la que llamaron Ciudad Solar.

Caicedo quería despegar de la realidad social la materia prima de cada una de sus obras, de la realidad de su natal Cali con la que sostenía una relación de amor y odio a la vez, lo hacía referente en muchas de sus obras como: “Odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan, y piensan en todo, y no saben si son felices...”;  “Maldita sea, Cali es una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los desesperados”. Pero paralelamente hacia  ese caminar a la cultura, parecía caminar igualmente hacia su muerte, la cual nombraba a menudo.

Unos pocos buenos amigos, ese inmemorable homenaje a Andrés Caicedo, recoge la angustia y la rabia producida en Luis Ospina por la falta de memoria y la amnesia colectiva. Algo que Caicedo manifestó antes de partir y era "Morir y no dejar obra", lo se expresa al comienzo del documental, cuando se le pregunta a la gente si sabe quién es Andrés Caicedo, y tras diferentes respuestas se logra reconocer la marcada ignorancia y el gran desconocimiento del pueblo caleño, una sociedad  que cada vez se vuelve más ajena a ella misma y este hecho sin duda aterra a Luis Ospina, así como lo hizo con Andrés, quien siempre consideró que aquella ciudad que tanto amaba sólo podía ser vivida por adolescentes.

En Unos pocos buenos amigos cabe resaltar la simpleza y la emotividad de los relatos, las que hacen ver como propio y real lo que se está mostrando, ese sentimiento que Caicedo despierta en quienes lo conocieron y que de una u otra forma marcó las vidas de cada uno de ellos. Una historia tan efímera que ha dejado tantas inquietudes que se intentan responder aquellos que en su memoria siguen realizando su trabajo de reconquista de la cultura caleña y recordando su fascinación por la vida y al mismo tiempo por la muerte.

Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos (1986)

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